Me he hecho más frágil, me he hecho más
triste,
me he hecho más temeroso, me he hecho
más escéptico,
me he hecho más viejo. Éste es el único
camino
que
he recorrido hasta aquí.
Marcos
Giralt Torrente
Pongo un pie en Guaduas
y siento que no me he ido de aquí nunca. Siento que no ha pasado el tiempo, que
acabo de enterrar a mi padre y que si voy al cementerio aún está el montículo
de tierra sobre la tumba. Incluso miro mis pantalones y me parece ver en mis
rodillas las manchas de tierra que quedaron después de postrarme al lado del
ataúd. Pero ya han sido nueves meses los que he estado lejos de Guaduas y los
que he estado sin él. Ya bajó la tierra. Mi ropa no está sucia pero en mis
rodillas llevo el dolor como una herida porque aunque esté de pie estoy de
rodillas, aunque camine estoy de rodillas, aunque salte, corra, me siente, me libere,
me levante de nuevo y avance imponente entre la gente… yo estoy de rodillas.
Preferí llegar de noche.
Al llegar tarde me invade la sensación de que él está por ahí en algún rincón
del pueblo en los lugares que solía frecuentar y que si camino en las calles de
repente puedo encontrarlo. En la oscuridad puedo hacer un pequeño recorrido,
que aunque pequeño, es suficiente para recorrer el pueblo y hacer un dibujo de
sus pasos. Algo de su vida ha quedado en cada lugar y yo pongo mis pies sobre
sus huellas.
Dejo mis maletas en el
hotel donde me hospedo siempre. La dueña del hotel es ya una amiga de confianza
y sabe que me gustan las habitaciones con balcón, que me deprimen las que no
tienen ventana, que soplo el tinto cuando está muy caliente, que me quedo
viendo los pájaros que llegan en la mañana y que son ellos los que me
despiertan, sabe que soy noctámbulo, que estaré en la calle hasta las once de
la noche, que estaré despierto hasta las dos de la mañana y sabe que esta vez
he venido a Guaduas a escribir. Me
cuenta cómo ha estado el pueblo, la larga sequía y la corta temporada de
lluvias y me habla de otras cosas mientras me lleva al cuarto que me gusta, uno
que da a la calle. Y sabe que no me gustan las conversaciones protocolarias así
que cierra la puerta y me deja en el cuarto. Salgo al balcón, me siento a
respirar el aire del pueblo, que es fresco sin ser frío y que huele a árboles
cercanos. Me siento en una silla que siempre ha estado en ese balcón y desde
ahí veo la catedral. Hay silencio en esta parte del pueblo. Espero un rato para
bajar al parque.
***
Es grande la colección
de cosas que me quedó de él. Cada una se abre en mi cabeza como una cajita de
música que al ser tocada se despierta como un armadillo y rueda, es decir,
suena. Lo que me lleva a pensar que por medio de cosas mi padre me heredó
sonidos e imágenes, y era de esperarse que fuera así, porque esa fue su manera
de interactuar con el mundo y la forma en que edificó su relación conmigo. Eso
es un cuento: Una palabra y una imagen, el sonido de una imagen. Palabras.
Sonido. Música. Ritmo. Tono. Imagen. Acción. Las cosas (los objetos que me
quedaron) traen eso: música e imagen. Las cosas vienen acompañadas de un cuento
que he logrado memorizar e imágenes de lo que significó ese objeto en algún
momento de nuestras vidas.
Mientras camino hacia
el parque pienso que mi percepción de lugares y mi noción del espacio son
también una cosa. Cada lugar en
Guaduas me evoca una imagen del pasado de la misma forma que las cosas que
guardo y esa imagen viene acompañada de palabras. En mi Museo Personal no solo
hay objetos que se visten con una historia sino también lugares que causan el
mismo efecto: son detonantes. La memoria aquí se dispara. Y es fácil recordar
la primera vez que visité este lugar, cuando tenía ocho años y aún jugaba con
carritos. Había árboles en el parque en ese tiempo, una ceiba gigantesca se erguía
en el centro y en ella vivían ardillas y loros; en los árboles más pequeños y
frondosos todas las tardes se podían ver las bandadas de pericos que llegaban a
sus nidos y en otros árboles se encontraban canarios y micos. Era un parque muy
fresco frecuentado en su mayoría por ancianos que venían a buscar la frescura
de la sombra en las tardes calurosas, a tomar avena, a jugar parqués y tute, a
leer el periódico y a contar cuentos. Mientras mi padre socializaba con ellos
yo jugaba con mis carritos en los muros de los jardines y con los niños
desconocidos que se me acercaban, romerías de niños se formaban para jugar a
las escondidas o yermis junto a la estatua de
Policarpa Salavarrieta y todos eran amigos de todos sin conocerse. Al
volver junto a mi padre me sentaba a su lado y escuchaba sus charlas sosegadas
viendo las cartas de la baraja en su mano. Recuerdo que por esos días charlaban
del asesinato de Jaime Garzón. Si matan a alguien como él que se puede esperar
de uno como nosotros, dijo un anciano y esa frase quedó viva en mi cabeza para
siempre.
Con los años el parque
dejó de ser de los ancianos y pasó a ser de los jóvenes. Seguramente los niños
que jugaban conmigo se apoderaron del espacio pero ya con otras costumbres y entonces
se volvió un lugar más fiestero, más juvenil, más propicio para la música, el
baile y el frenesí. En una remodelación ordenada por una alcaldesa se talaron
todos los árboles y se construyó un nuevo parque menos poblado de vegetación,
por supuesto insoportablemente caluroso de día, pero propicio para el deleite
en la noche. Nunca se volvieron a ver las ardillas, ni los loros, ni los micos,
ni los pájaros y los viejos se fueron a pasar la tarde a un café que queda en
una de las esquinas y otros a las cantinas decadentes que circundan a unas
cuantas calles. Ahora es un parque más parecido a la antigua plaza que había en
los tiempos de La Pola y por su austeridad y vacío le entregó una visión
sobresaliente a la iglesia al no haber nada que se interponga entre ella y los
visitantes.
En este parque
recibíamos el año nuevo. Veníamos a la misa de 11:00 pm y al salir de la
iglesia veíamos los juegos pirotécnicos. Aquí nos tomaron la última foto.
Salimos él y yo abrazados uno al lado del otro, al fondo la catedral y la
bizcochería El Néctar, los dos sonreímos y justo en ese momento una paloma alza
vuelo, parece la vida que se le va.
continuará...
Tomado del libro Museo Personal.